-Las noches de tormenta
siempre inspiran al señor para componer - dijo la voz de una joven que iba por
los pasillos de la antigua mansión- debe estar tocando a estas horas, me gustaría verle algún día.
Una mujer que iba con ella la miro con rostro triste. Iban atareadas llevando mantas de una habitación a otra, iban vestidas de negro con un delantal blanco.
-Marta, querida, no digas eso.
La mujer habló con tranquilidad, pero en su tono de voz se notó cierta tensión, era el sonido de un secreto bien guardado.
Una mujer que iba con ella la miro con rostro triste. Iban atareadas llevando mantas de una habitación a otra, iban vestidas de negro con un delantal blanco.
-Marta, querida, no digas eso.
La mujer habló con tranquilidad, pero en su tono de voz se notó cierta tensión, era el sonido de un secreto bien guardado.
Solo ella sabia la verdad y tenía la responsabilidad de que aquello siguiera de tal modo. Las demás sirvientas no habían visto al Señor en mucho tiempo, tenían la orden de no molestarle por lo que no podían entrar en el estudio. Simplemente sabían que se encerraba para componer con su viejo violín.
Pasadas unas horas, todas las sirvientas se encontraban en el comedor, desde la cocinera hasta la lavandera. Se miraban entre ellas sin comprender que sucedía hasta que se dieron cuenta. Margaret no estaba ahí, ella era la más anciana y la única que había visto al Señor.
-¿Saldrá de la habitación?
-Quizá no desee ser visto
por nadie.
Las más jóvenes cuchicheaban sobre la rareza de la situación, pero varias se acercaron a la puerta intentando oír.
Las más jóvenes cuchicheaban sobre la rareza de la situación, pero varias se acercaron a la puerta intentando oír.
Sonó el timbre y alguien
abrió la puerta, por la voz reconocieron que era Margaret, y quien le respondió
fue Frederic, un mayordomo francés encargado de llevar nuevas partituras.
Aunque aquella vez no era tal su deber.
- Tiene experiencia desde que era un chiquillo, servirá para varios años.
-Está bien, entra joven, no
quiero que te resfríes.
No pudieron verlo, pero
Frederic había llevado hasta su puerta a un hombre joven y bien vestido, que
con el entusiasmo de la juventud esperaba poder tocar con un gran maestro.
La puerta se cerró y
Margaret indició aquel chico para ir a la sala donde el Señor esperaba.
-Espera, antes de entrar
véndate los ojos, el maestro desea hacerte una prueba para comprobar que tu
talento es como dicen.
El joven aceptó sin
pensárselo dos veces. Margaret comprobó que nadie podía ver nada y entraron en
la sala.
Era sencilla, había una
mesa en el centro y un pequeño atril donde las partituras en blanco reposaban.
Ante el atril un sillón vacío y al lado, en el suelo, un hombre con los ojos vendados
y el rostro ensangrentado.
Seguía tocando el violín
pero su piel estaba apergaminada, se notaban en exceso los huesos y daba
muestras de no haber comido en días. Entre sus huesudas manos se encontraba el
violín, brillante y en perfecto estado, parecía que fuese él quien hiciera que
el hombre moviese el brazo para seguir tocando, y en el atril, en las
partituras, aparecían las notas por si solas.
-Lo he traído maestro.
La música cesó al
instante y Margaret se apresuro a coger el violín con delicadeza para luego
tendérselo al joven que lo aceptó sonriendo. En aquel momento quien había sido
el músico se convirtió en polvo y el joven empezó a tocar sin más.
-Absorbe el alma de este
joven también, abuelo crea más magia para nuestros oídos ...
El joven no dijo nada, no podía, su cuerpo se movía en contra de su voluntad y si su voz pudiera oírse en algún lugar todos sabrían que su vida ya no era suya.
El joven no dijo nada, no podía, su cuerpo se movía en contra de su voluntad y si su voz pudiera oírse en algún lugar todos sabrían que su vida ya no era suya.
Margaret se fue de la
sala con una sonrisa, cerró la puerta con llave y nada más se oyó en la mansión,
a excepción de una frágil melodía que salía de ese violín con sed de almas.
Página de origen de la segunda imagen
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