miércoles, 25 de noviembre de 2015

Gweskaine. Crueldad concedida (3)



Al fin llegó. Tras largos días de viaje Gweskaine llegó a la ciudad, un lugar lleno de vida y color, de risas y movimiento. Al verlo la hada negra solo pensaba en una cosa. "Pronto dejarán de tener razones para reírse tanto".

Antes de atacar hay que conocer al enemigo, saber de sus debilidades y sus fortalezas, conocer sus estrategias, sus recursos y a poder ser, ganarse su confianza sin que sepa que estas tramando. Aquellas eran las bases iniciales del plan de la hada negra, quien se esforzó para pasar inadvertida en aquel extraño ambiente.  Un disfraz de simple muchacha le ayudaría para tal fin aunque lamentaba tener que ocultar sus alas, pues no podría usarlas.

La ciudad que había escogido era famosa por su arquitectura. Se había levantado sobre una cascada, unía sus calles por grandes puentes de piedra y en el centro había un gran palacio que parecía estar hecho de marfil blanco. Era un lugar tan lleno de luz que le provocaba arcadas a la oscura hada. Su deseo de llevar el caos a aquel lugar crecía a cada paso que daba y necesitaba repetirse el plan para no adelantar acontecimientos.

Conocimiento, debía saber que defensas tenía aquel lugar contra las artes mágicas, y seguro que algo debía tener, pues los hechiceros poblaban el mundo y eran conocidos en todas las urbes sin importar el tamaño de las mismas.

El palacio central era un lugar adecuado, cuando Gweskaine llegó se quedó contemplando las dos altas torres que se encontraban a ambos lados, parecían querer rozar las nubes. Entre ellas se encontraba la escalera, no era muy alta y terminaba en una plataforma con una bella estatua en el centro, la estatua era gigantesca y en su interior podía contener a cientos de personas. "Un truco, sin duda, el espacio interno esta hechizado para que sea mayor de lo que aparenta". Gweskaine ya había visto aquella magia, algunas hadas del pantano la practicaban, era práctica pero no tenía mucha más utilidad.

No se veían otros signos de magia, pero sí de devoción. Aquella gente se acercaba a aquel extraño palacio dentro de la estatua, se acercaban a  un pequeño altar y besaban una estatua. Gweskaine se acercó sin comprender "¿ Tan locos se han vuelto los humanos que adoran una piedra?".  Escuchó sermones, escuchó alabanzas y comentarios. Pasó días ahí esperando a comprender a aquella gente.

Supo que esos humanos le rezaban a una mujer que había sido la madre de todos. Le daban las gracias por la vida, por las buenas cosechas, por el sol de cada día... por tantas cosas que la hada negra había perdido la cuenta.  Parecía una fe inquebrantable, ya que el objeto al que adoraban, la criatura a quien le rezaban... no había sido nunca vista por nadie.

Gweskaine no tardó en irse de aquella ciudad. No parecía divertido atormentar a quienes eran presas de ellos mismos. La hada consideró que aquellos humanos vivían atormentados en sus propias mentes, temiendo dar un paso en falso y que aquel ente inexistente les castigará. "Pobres criaturas" pensaba la hada.  No tenían más libertad que las hadas negras del pantano. Estaban atrapados en aquel lugar por unas creencias que eran peores que las más firmes cadenas. No valía la pena intentar provocar el caos en una ciudad ya enferma.

Poco a poco se fue dando cuenta de todo aquello, pues en las calles veía imágenes de aquella figura, madres regañar a sus hijos diciendo que aquel ente les robaría el alma si no se comían las verduras. Vio desdichados sin un techo donde cobijarse pedirle a aquel ente un poco más de suerte, aunque nunca recibían respuestas.

Cuando Gweskaine abandonó la ciudad sacó varias conclusiones más. Si aquel ente existía, también era prisionero, pues los humanos lo usaban para explicar sus existencias. Cuanta responsabilidad sobre una sola espalda, cuantas justificaciones en su nombre, le parecía algo horrible lo que hacían aquellas personas a aquel ente del cual no tenía pruebas de su existencia. 


Lo más cruel que podía hacerles era dejar que siguieran viviendo de ese modo, pues poco a poco se consumían ellos mismos sin darse cuenta. Y así fue como Gweskaine decidió ir a otra ciudad, la próxima no sería tan grande, con suerte encontraría humanos cuerdos a los que atormentar.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La Ciudad de las Muñecas. Fin

20 años después.

-Maestro, la señora Grace ha venido a buscar a su hija.

Hacía mucho que se había cansado de aquel trabajo, pero debía seguir hasta las últimas consecuencias, aquel había sido el trato.  Miró a Yrel, era un anciano, en cambio él no había cambiado absolutamente nada.  La bella Leana  tampoco, era una muñeca por lo que era natural no cambiar. Miravelle también era una muñeca, pero con el paso de sus años su madre la había llevado al taller para adaptar su aspecto al paso de los años. Así lo habían hecho todas las familias de aquel pueblo donde ya no quedaban niños.

La señora Grace había también envejecido, pero estaba llena de ansias por ver a su pequeña. Jonathan fue a recibirle en la tienda mientras su ayudante atendía a la joven Miravelle.

-Esta radiante esta mañana señora Grace.

-No digas tonterías, estoy vieja y arrugada, pero no me importa, he vivido mucho y he visto a mi pequeña crecer, eso es algo que un brujo como tú nunca entenderá.

-En cierto modo tiene razón, pero no se encuentra aquí para discutir tales detalles. Le presento de nuevo a su Miravelle, una joven que ya ha florecido.

La muñeca ya no era aquella niña torpe. Tenía en su interior multitud de magias que sustituían los pensamientos humanos, los sentimientos, las manís, la inteligencia...su aspecto tampoco era el de antaño.  Sus rizos dorados caían en cascada por su espalda, la señora Grace había pedido que tuviera el cabello más largo. Sus ojos eran de un azul intenso y su sonrisa tenía el color de las fresas.

Su cuerpo era el de una joven de 20 años, era perfecta y preciosa. Sus pasos eran elegantes y delicados al igual que la reverencia que hizo al ver a quien reconocía como madre. Al lado de la joven Yrel se veía más anciano de lo que era.

-Esto compensa todos los pagos.

Era lo que todas las madres decían cuando veían a sus "hijos" crecidos. Aquella tarde la señora Grace iría al parque con su joven y bella Miravelle para que todos pudieran verla. Jonathan también fue y le pareció un espectáculo desolado y deprimente.

Nadie jugaba, no habían infantes correteando de un lado a otro, tampoco habían risas, ni gritos. Se oía una frágil música de algún violín cercano mientras en un banco se encontraban las madres ancianas hablando de lo preciosas que eran sus hijas nacidas de la arcilla y la magia. En otro banco se encontraban ellas. Esas muñecas tan bien hechas con aspecto similar al de un humano. No tenían nada que decirse, tan solo estaban ahí esperando a poder atender a sus madres, a quienes habían dado tanto por tenerlas.

El paisaje era gris. No había vida en aquel parque y nunca más habría.

75 años más tarde.

El taller se encontraba vacío. Jonathan se encontraba en aquel parque donde ya no habían niños. A su lado tenía un maletín, en la carretera se encontraba el carro con un caballo y todas sus posesiones, las cuales eran pocas. No había podido reparar a Leana, le faltaban materiales por lo que debía dejarla ahí también, junto a las otras.

Yrel había fallecido años atrás, al igual que todos los que habían vivido en aquel pueblo. De ellos solo quedaban esas muñecas rotas que miraban al cielo sin poder moverse.

-La magia aun no es eterna, pero encontraré el modo algún día.

Subió a la carreta y abandonó aquel lugar donde antaño los infantes reían, gritaban, jugaban... donde ahora las muñecas rotas reposaban mirando el cielo en un absoluto silencio.


¿Qué habían hecho, las gentes de aquel lugar, para merecer desaparecer de aquel extraño modo? Era una pregunta que Jonathan tenía pero nunca formularía, pues él tan solo cumplía con el trabajo que había aceptado, y seguiría haciéndolo hasta el fin de los días.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Partida. Angelique (1)



En la puerta estaba aquella mochila vieja de cuero. No llevaba mucha cosa dentro, un estuche con distintas herramientas, un par de cajas con tornillos, tuercas, clavos y otros pequeños repuestos que pensó que podrían serle útil algún día. También llevaba un viejo diario, confiaba en que ese diario le ayudase durante el viaje, era la única pista que tenía.  Los bolsillos también estaban llenos, y en una de las correas había un pequeño dragón mecánico enrollado.  Al lado de la mochila había un pequeño fardo hecho con tela marrón, encima de este, una carta.

La casa estaba vacía, solo estaba ella, los demás habían preferido irse para no alargar la despedida. Todo lo que debían decir ya se había dicho la noche anterior, suficientes lágrimas, lamentos y quejas. Ella ya estaba decidida y nada iba a detenerla. Su padre le había repetido varias veces que era una locura, que no encontraría nada, pero ella le respondía que sus palabras tan solo estaban cargadas de temor.  Sabía que él nunca había salido del pueblo, y solo se aventuraba al mar, era un hombre conformista y sin curiosidad por el mundo. Era una parte de su padre que detestaba.

Empezó a ir por toda la casa, por cada una de las habitaciones recordando los buenos momentos en esa casa.  La habitación de su hermana, donde habían retales de telas por todas partes, era también su taller de costura. Había vestidos sin terminar y patrones en la mesa.  Se encontraba todo en un curioso orden entre todo el mar de colores y tejidos. Estar en esa habitación siempre le aportaba tranquilidad. La siguiente era la suya. Había un par de estantes llenos de libros. Un escritorio con esquemas  y poco más. La cama era muy sencilla, era lo único que aportaba algo de color ya que las sabanas habían sido decoradas por su hermana.

Pensó que tenían suerte de poder tener varias habitaciones, aquella casa era lo único que les había dejado su abuelo, y se podría decir que era el único lujo que conservaban.

No entro en la habitación de sus padres, nunca lo hacía, era un lugar especial para ellos, donde tenían su intimidad  y consideraba que debía respetarse. Cuando fue al comedor pensó en bajar al sótano, ese era su taller, su lugar sagrado, donde creaba todo aquello que se le ocurría. Ahora mismo el taller tenía las pocas herramientas que no se llevaba y algunas de sus creaciones que no estaban completadas o que consideraba que no iban a servirle mucho.

Empezó a oír voces. Ya volvían. Estaban llegando por la puerta trasera, pues era la que daba a la posada donde habían ido a desayunar. En su rostro se dibujo una leve sonrisa nostálgica. Fue hacía la puerta principal, no podía quedarse más tiempo, sino sabía que no partiría nunca.

Cogió la mochila y el fardo y salía por la puerta. Se aseguro de llevar sus armas y que el pequeño dragón mecánico estuviera bien agarrado. Miro hacía el camino, su primero objetivo era la ciudad más próxima, Thaledin, llamada también como la ciudad en las Sombras a causa de los grandes árboles que habían por todas las calles, los cuales no dejaban que la luz del sol llegará a iluminar. Había marcado en un mapa todas las ciudades importantes que deseaba ver simplemente por conocer mundo, Thaledin iba a ser solo el principio.

Empezó a andar, sabía que no debía detenerse ni mirar atrás. Debía seguir el camino de la izquierda, ese iba directamente hacia las montañas, en dirección contraria al mar, donde se extendía un poco más el pueblo.  Pasaría por delante de un par de casas, pero nada más. Nadie del pueblo la vería partir. Se entraría entonces por las montañas, debía cruzarlas y detrás estaba la ciudad. Calculaba que serían tres días de camino si hacía pocos descansos. Confiaba también en encontrar algún carro mercante, o uno de esos automóviles tan nuevos que solo podían permitirse aquellos que tenían tanto dinero como para comprar un pueblo entero.


A medida que avanzaba podía oír a su padre diciendo que iba a dar con aquello que buscaba, a su madre repitiéndole que se cuidará, que comiera bien y que si le pasaba algo volviese a casa lo antes posible. También oía a su hermana, que con una sonrisa le deseaba un buen viaje lleno de sueños cumplidos.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Cosplay .No es fácil Ser ( parte 8)




Debía ser perfecto. Ella tenía muy claro que los trabajos a medias eran horribles, y estaba dispuesta a dedicarle todo el tiempo del mundo. Las manualidades no siempre se le dieron bien, pero con el paso de los años y la práctica era prácticamente como el mejor de los artistas. Solo necesitaba el material adecuado y una idea base.

Tela, cartón, pinturas, accesorios... todo estaba a su disposición y no dudaba en abusar de ello. Tenía una idea clara, en su escritorio se encontraba aquella imagen, ese personaje era perfecto. Sus facciones eran parecidas, el pelo distaba bastante pero para ello había adquirido una peluca de la mejor calidad que había cepillado durante horas para que quedara perfecta.  El físico era similar, y las ropas, relativamente fáciles de confeccionar.
Iba a poner en práctica todo lo aprendido aquellas emocionantes tardes con su abuela. Hilo y aguja en mano, tijeras a un lado y patrones en otro, empezó a hacer aquel traje que tan bien debía quedar. Primero la zona central, el busto, luego seguiría con las mangas. La falda iba a parte, pero debía parecer que se fusionaba con aquella blusa, efecto que conseguiría con un cinturón adecuado.

Todo aquello era sencillo, lo complicado era hacer las armas. Llevaba un báculo de buen tamaño, necesitaba una vara adecuada y cartón para hacer el acabado. Primero debía hacer los bocetos, pensar como darle volumen a tan magnífica arma. Cortar bien cada pieza para luego unirlas como debían encontrarse y por último pintarlo para darle un poco de realismo.

El resultado siempre era impresionante, dedicarle varias semanas  merecía la pena, y ella estaba convencida de que el día en que lo llevará, los demás también pensarían que había valido la pena.  A pesar de hacerlo por ella misma, porque le gustaba, también se sentía bien al mostrar su trabajo, era una muestra de su mejoría desde las primeras veces. Cada año se parecía más al personaje escogido.

Para finalizar todo aquel trabajo de semanas quedaba el maquillaje.  Muchos de los personajes que vestía llevaban tatuajes, o tenían los ojos más marcados, o tenían cicatrices...eran detalles que solo podía conseguir de un modo. Para mejorar se había comprado el mejor maquillaje del mercado y había estudiado cada marca que tenían esos personajes en la piel.

Cuando todo estaba listo podía decirlo llena de orgullo, cada año se superaba a ella misma, era un reto personal que la animaba a seguir, y ponerse en la piel de aquellos personajes que tanto adoraba era como un honor.

No es fácil ser cosplayer.