Había sido una terrible
maldición la que había causado su ruina. No podía dejar de recordar su antigua
belleza, la cual le fue arrebatada por los celos de un dios que nunca había
hecho nada por quienes vivían en la tierra.
Sus hermanas también
habían recibido la cólera divina, todas ellas habían perdido su preciosa piel
tersa y sin imperfecciones para dar lugar a algunas escamas, las cuales al
menos eran resistentes. Sus largas piernas habían sido sustituidas por una
larga cola de serpiente, habían conseguido a adaptarse a aquello, tal
extremidad tenía muchas ventajas.
Lo que más le había
dolido era su preciosa cabellera negra, la cual había dejado lugar a un nido de
serpientes que pocas veces dejaban que alguien se acercará a su rostro. Tenían
voluntad propia, pero al menos se llevaban bien entre ellas.
Añoraba su antiguo
cuerpo, pero al menos había sabido sacarle los beneficios a su nueva condición.
Todas sus capacidades habían cambiado, era letal de muchas formas, no solo su
lanza tenía la capacidad de matar. Todas las pequeñas serpientes de su cabello
poseían veneno, al igual que ella. Su cola era fuerte y se divertía atrapando a
sus víctimas con ella, pero su arma más poderosa se encontraba en su mirada.
Sus ojos eran como dos
zafiros azules de extrema belleza. Muchos se habían perdido en ellos, antaño.
En la actualidad, aquel que los miraba se convertía en piedra.
Vivía aislada del mundo,
en un templo de piedra alzado entre las aguas, no recibía visitas, y si alguien
se aventuraba en sus dominios terminaba siendo parte del decorado en roca . Por
eso aquel día cuando estuchó unos leves ruidos se acercó a las puertas del
mausoleo. Antes de llegar un llanto estalló mientras que voces de hombros
gritaban.
Se dio más prisa y justo
a la llegada vio como la pequeña embarcación se alejaba abandonado aquella niña
que no dejaba de llorar. ¿Qué hacer? matar a una niña indefensa no tenía mucho
sentido, aunque menos lo tenía el hecho de que la hubieran dejado en aquel
lugar.
-¿Sabes por qué te han
dejado aquí?
La niña dejó de llorar.
Apartó sus manos del rostro y giró la cabeza como si quisiera ver de donde
procedía la voz, para luego negar con la cabeza. Los ojos de la pequeña eran
completamente blancos, como si la niebla los hubiera poseído.
-¿Puedes ver?
Otra negativa. La niña
era ciega, no se convertiría en piedra por mucho que intentará fijar su mirada.
Eso era como una tara, la pequeña tenía un fallo, pero no era motivo para
abandonarla en aquel lugar, donde su muerte sería prematura.
Quiso investigar más, vio
una vuelta alrededor de la pequeña y se fijó en su espalda. La ropa estaba
hecha girones pero no se podía ver mucho más por la escasa luz, necesitaba
acercar una antorcha y no tardó en hacerlo.
Le susurró al oído que no se moviera y en pocos segundos se acercó de
nuevo. El fuego iluminó mejor la zona. La piel de la pequeña tenía una
coloración extraña, era grisácea, el cabello eran rizos negros llenos de vida y
la espalda... ahí estaba la razón del abandono.
Acercó una mano para
tocar aquellas alas membranosas. La niña se estremeció, era normal, seguramente
no esperaba notar el tacto de otra mano en aquella parte de su cuerpo, la cual,
seguramente era la causa de su exilio y por lo tanto de rechazo.
-Te consideran un
monstruo... como a mí...hazte fuerte, yo te enseñaré a sobrevivir. Cuando seas
mayor, enséñales quien es el monstruo realmente.