Recuerdo aquella vez en que
Marta se puso enferma. Encima mío no había sitio ni para una hormiga. Ella
estaba tumbada y bien tapada, a su lado estaban los perros, los cuales me dejan
llena de pelos, esas molestas hebras son capaces se pasarse semanas sobre las
mantas y el colchón sin que nadie pueda quitarlas. Lo mismo ocurre con los gérmenes
que tienen a la joven atada a mí.
Aquella tarde fue
bastante movida, ella y los perros no fueron los únicos, vinieron amigos de
Marta decididos a romper los muelles de mi colchón. Eran dos hermanos, un chico y una chica, y
creo que nunca ha habido una criatura más revoltosa que ellos dos juntos.
Tiraron todas mis mantas al suelo, los perros se asustaron y salieron
corriendo.
Todo me pareció correcto
hasta que cogieron el colchón y lo giraron, quedando este cruzado, una parte
daba conmigo, la otra con el suelo. ¡Crearon un tobogán! La idea me pareció
interesante al principio, pero mi preciado colchón se encontraba tocando el
sucio suelo. Se me pasó aquello con
facilidad al oír las risas de Marta. Me gustaba que mi pequeña estuviera llena
de vida y animada a pesar de la enfermedad que la hacía sufrir.
Aquel momento fue
precioso, sentía mucho gozo, y una cama pocas veces se puede sentir dichosa. Podría decir que incluso yo disfrutaba de
aquello. Los pequeños subían encima de mí y se deslizaban por el colchón, ni
siquiera me importó oír como la madera de uno de mis laterales crujía por el
esfuerzo de mantener aquellos pequeños terremotos fuera del suelo. El sonido de
las carcajadas era como un bálsamo, la melodía de la felicidad, y era
contagioso. Ni todas las sabanas limpias del mundo podrían haber conseguido un
efecto como aquel.
Pero...siempre ay
"peros", el momento duró poco, uno de los niños se hizo daño por caer mal, y
las risas pasaron a ser llantos repletos de dolor y quejas sobre la mala
construcción. Aquello me partió el alma, si es que las camas podemos tener
alma. Las madres no tardaron en venir,
alarmadas por los gritos y el desconsuelo del niño afectado. Marta, obviamente,
no se había hecho daño. Mi niña siempre ha sido muy prudente y cuidadosa.
Lo peor del momento fue
una frase de la madre del joven accidentado. La citaré textualmente y así
comprenderéis el dolor que sentí en aquel instante. "Esa cama es un
peligro para los niños, no deberían jugar nunca en ella". Si hubiera
podido le habría dicho a aquella desdichada criatura que sus frustraciones de
la infancia no debían afectar a aquellos niños, y si ella se había caíd de su
cama de pequeña era culpa suya, no de los demás. Suerte que Marta nunca ha
tomado en serio las palabras de los padres ajenos.
Entre todos volvieron a
poner el colchón bien, cambiaron las sabanas, pues las que llevaba antes
estaban, digamos un poco sucias.
Por un momento temí que
fueran a sustituirme, pues escuche la conversación de los padres de Marta
explicando los sucesos de aquella tarde. No es que estuvieran de acuerdo con
esa madre con malos recuerdos, pero sí coincidan con la idea de que ciertos
juegos podrían hacer que me rompiera causando así bastante daño. Aquella noche
pase pánico.
Arropé a Marta tan bien
como supe, quería demostrar que era la mejor cama para ella. No quería que me
separaran de ella, el temor empezaba a evocar imágenes terribles sobre el
destino de un mueble desechado por sus dueños antes de tiempo. Marta no lo
permitiría, quise pensar. ¿Dónde pasarían el día todos sus muñecos? Yo era una
parte esencial de su vida y su reposo, ¡éramos intimas! y aun lo somos... a muy
pesar mío.
Pero otro día ya
explicaré otras experiencias, no es tan fácil ser una cama, y aunque quizá
quejarme de ello es exagerar, es cierto que en algunos momentos preferiría ser
otro mueble. La mesa del comedor por ejemplo... oh, bueno mejor no, siempre está
llena de sucias migas de pan.>>