Las mazmorras de un lugar
están diseñadas para infundir temor, para hacer que los hombres empequeñezcan
pensando en un turbio destino. Su señor, ordena crearlas con tales propósitos,
y por ello buscan elementos que se asemejen a los monstruos de sus prisioneros.
Aunque en realidad el lugar tan solo sea una imagen física de lo que el dueño
del lugar prefiere no ver.
A pesar de ello muchas
están realmente logradas y parte de su propósito siempre es cumplido, hacer
desaparecer el valor y el deseo de vivir.
Por eso cuando le
llevaron a aquella cómoda habitación se sintió altamente confuso. Sabía que era
un prisionero, era algo que le habían repetido varias veces y que los grilletes
de manos y pies confirmaban. A pesar de
ello, encontrarse en una habitación con una mullida cama, una mesa con un plato
de comida caliente, varias mantas, e incluso un estante con libros, fue algo
que nunca habría esperado. Que la habitación estuviera limpia era quizá lo que
más le hacía pensar.
Se sentó en la celda y
ahí le encerraron, aunque parecía una puerta normal tenía en la parte inferior
una pequeña rendija que se abría. Por ahí le pasarían la comida. Era como estar
en una posada con servicio de habitaciones. Se sentía cómodo, tanto que incluso
la idea de quedarse ahí parecía atractiva.
Quizá era aquello lo que
buscaban los carceleros. Si los presos se sentían bien no querrían salir al
exterior y no buscarían problemas. Un método
poco usado pero eficaz.
Incluso le fue fácil conciliar
el sueño a pesar de saber que aquello no duraría mucho. Todo estaba preparado y
estudiado, pronto conocería las noticias. En cierto modo deseaba que llegará el
momento, pero sabía que extrañaría aquel buen trato, pues no hace absolutamente
nada en todo el día y que de dieran de comer, beber, un techo y un lecho
caliente era mucho más de lo que tendría nunca.
No pudo oír si llegaban
más presos, la comunicación era escasa tanto
los guardias, como con los compañeros de otras celdas. No le preocupó,
él tan solo debía esperar, irían a buscarle y cada vez faltaba menos para ello.
Pasadas dos semanas, se
despertó antes de la hora del desayuno. Sabía que ya tocaba, pues su vientre
estaba acostumbrado y a esas horas ya reclamada la comida. Pero esta, no llegó.
Miró por la rendija
sorprendido, era extraño que los guardias hicieran tarde. Cayó en la cuenta
entonces. Había llegado el momento y la llegada de ella fue la última señal.
Sus pasos eran inconfundibles. Firmes, no le importaba que todo el mundo
escuchará su llegada ella necesitaba destacar y hacerse notar.
En cualquier otro lugar,
los presos empezarían a gritar, rogar por su libertad o por tocarla, pues
muchos de los que estaban ahí llevaban años sin tocar una mujer. Pero no en
aquellas mazmorras. Ella era la única que rompía con el silencio, los presos
estaban a gusto, no querían salir.
Sonrío, se escuchó como
la puerta cedía ante las llaves y ahí estaba, escasa de ropa como siempre, con
la mirada seria que nunca cambiaba y el pelo recogido en una sencilla coleta
baja. Sus rasgos orientales quedaban acentuados por la poca luz. Por un momento
dudo en salir de ahí, se estaba bien, era un lugar de paz donde no hacía falta
hacer absolutamente nada para que atendieran sus necesidades básicas, pero el
deber le llamaba.
No se cruzaron las
palabras, simplemente él la siguió hasta el fondo del pasadizo de los calabozos,
entraron en una celda vacía y entre los dos empezaron a mover algunas rocas.
Próxima parada, el salón del trono.

Me gusta hoy día tendrían que existir,, je je je
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