miércoles, 10 de febrero de 2016

Mazmorras.


Las mazmorras de un lugar están diseñadas para infundir temor, para hacer que los hombres empequeñezcan pensando en un turbio destino. Su señor, ordena crearlas con tales propósitos, y por ello buscan elementos que se asemejen a los monstruos de sus prisioneros. Aunque en realidad el lugar tan solo sea una imagen física de lo que el dueño del lugar prefiere no ver.

A pesar de ello muchas están realmente logradas y parte de su propósito siempre es cumplido, hacer desaparecer el valor y el deseo de vivir.
Por eso cuando le llevaron a aquella cómoda habitación se sintió altamente confuso. Sabía que era un prisionero, era algo que le habían repetido varias veces y que los grilletes de manos y pies confirmaban.  A pesar de ello, encontrarse en una habitación con una mullida cama, una mesa con un plato de comida caliente, varias mantas, e incluso un estante con libros, fue algo que nunca habría esperado. Que la habitación estuviera limpia era quizá lo que más le hacía pensar.

Se sentó en la celda y ahí le encerraron, aunque parecía una puerta normal tenía en la parte inferior una pequeña rendija que se abría. Por ahí le pasarían la comida. Era como estar en una posada con servicio de habitaciones. Se sentía cómodo, tanto que incluso la idea de quedarse ahí parecía atractiva.

Quizá era aquello lo que buscaban los carceleros. Si los presos se sentían bien no querrían salir al exterior y no buscarían problemas.  Un método poco usado pero eficaz.

Incluso le fue fácil conciliar el sueño a pesar de saber que aquello no duraría mucho. Todo estaba preparado y estudiado, pronto conocería las noticias. En cierto modo deseaba que llegará el momento, pero sabía que extrañaría aquel buen trato, pues no hace absolutamente nada en todo el día y que de dieran de comer, beber, un techo y un lecho caliente era mucho más de lo que tendría nunca.

No pudo oír si llegaban más presos, la comunicación era escasa tanto  los guardias, como con los compañeros de otras celdas. No le preocupó, él tan solo debía esperar, irían a buscarle y cada vez faltaba menos para ello.


Pasadas dos semanas, se despertó antes de la hora del desayuno. Sabía que ya tocaba, pues su vientre estaba acostumbrado y a esas horas ya reclamada la comida. Pero esta, no llegó.

Miró por la rendija sorprendido, era extraño que los guardias hicieran tarde. Cayó en la cuenta entonces. Había llegado el momento y la llegada de ella fue la última señal. Sus pasos eran inconfundibles. Firmes, no le importaba que todo el mundo escuchará su llegada ella necesitaba destacar y hacerse notar.

En cualquier otro lugar, los presos empezarían a gritar, rogar por su libertad o por tocarla, pues muchos de los que estaban ahí llevaban años sin tocar una mujer. Pero no en aquellas mazmorras. Ella era la única que rompía con el silencio, los presos estaban a gusto, no querían salir.

Sonrío, se escuchó como la puerta cedía ante las llaves y ahí estaba, escasa de ropa como siempre, con la mirada seria que nunca cambiaba y el pelo recogido en una sencilla coleta baja. Sus rasgos orientales quedaban acentuados por la poca luz. Por un momento dudo en salir de ahí, se estaba bien, era un lugar de paz donde no hacía falta hacer absolutamente nada para que atendieran sus necesidades básicas, pero el deber le llamaba.


No se cruzaron las palabras, simplemente él la siguió hasta el fondo del pasadizo de los calabozos, entraron en una celda vacía y entre los dos empezaron a mover algunas rocas. Próxima parada, el salón del trono.

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