Parecía una despedida preciosa. Había flores por todas
partes, algunas de colores vivos, otras más apagadas, pero en conjunto formaban
grandes ramos que decoraban cada rincón de aquella amplia sala.
Había varias mesas redondas con unos manteles elegantes,
tenían encima varios platos de canapés bien variados, aunque la mayoría estaban
sin tocar, tenían un aspecto delicioso.
También se encontraba en las mesas la bebida, copas altas llenas de una
bebida que esperaba aburrida a que alguien se la tomará.
Había muchas sillas y sillones, casi todos ocupados, incluso
había gente que debía quedare de pie. Nunca habría imagino que tanta gente
fuera a despedirse de ella. Ancianos y jóvenes explicaban buenos momentos y
grandes recuerdos, aunque también había lágrimas y lamentaciones. Aquellas
personas tenían en común varias cosas, la primera era la tipología de
vestimenta. Todos iban muy elegantes, aunque de tonos oscuros y tristes, algo
que ella no había aprobado realmente, pero supuso que querían respetar el
protocolo de la situación.
La segunda cosa en común era que todos le habían conocido.
Algunos menos que otros pero todos
habían pasado algunas horas de su vida con ella.
Sintió curiosidad por saber de qué hablaban sus amigas de
toda la vida. Con ellas había compartido todos sus secretos, siempre habían
estado ahí para ayudarla, y lo mismo había hecho ella. Se acercó y se sentó en
el suelo. Sabía que no podían verle, por lo que no le dirían nada, tampoco le
costó, algo que era extraño para sus cansadas articulaciones.
-Pero ha sido tan repentino.
-Tanto tampoco, a nuestra edad ya empieza a ser normal, pero
no te preocupes, pronto estaremos con ella de nuevo.
-Espero que no se aburra mucho, es algo que no soporta.
-Todo depende de cómo sea aquello, y no tenemos modo de
saber cómo es.
-Cuando tengamos que ir nosotras espero que venga a
buscarnos y nos lo muestre todo.
Era casi gracioso ver aquellas dos ancianas hablando de la
muerte de ese modo, pero era algo que tenían ya asumido. Cuando ella estaba a
punto de fallecer también lo había tenido claro. No temía el momento, y cuando
llegó ni se dio cuenta. “Ha tenido suerte” decían, por haber llegado aquel
momento durante la noche, mientras soñaba con algodón de azúcar. A ella le
había fastidiado que el sueño se interrumpiera de aquel modo, ya que llevaba
mucho tiempo sin probar tal golosina.
Lo que para ella era una sábana andante, se había presentado
sin más en medio de su sueño apartando todas aquellas dulces imágenes .
Le dijo que ella era hora y simplemente
le ofreció una mano que ella aceptó sin pensarlo dos veces. Luego se arrepintió
quejándose por quedarse sin el algodón de azúcar. Pocas horas después estaba
paseando por aquella sala llena de gente que había ido a despedirla.
Se levantó con una sonrisa y fue hacia aquella caja de
madera que contenía su cuerpo. Habían escogido una madera oscura muy bien
tallada. A ella la habían vestido con ropa simple, de pocos colores pero
alegres y habían evitado el maquillaje en todo lo posible.
Aquella sábana andante se presentó tras ella y posó una mano
escasa de carne sobre su hombro.
-Debemos irnos, sino haremos tarde.
-Y llegar tarde es realmente feo para quien espera. Vayamos.
Se giró sonriendo mientras la sábana hacia lo mismo para
dirigirse a la salida. La puerta de la sala había cambiado, estaba abierta y
daba lugar a la luz. No se podía ver nada de lo iluminado que estaba aquello.
Cuando la traspasamos nos encontramos con una gran cola. Muchos, al igual que
yo, esperaban al lado de su sábana andante para entrar a otra sala. Miré
sorprendida la longitud de la misma.
-Creo que haremos tarde igualmente.
-Hoy hay mucho trabajo, en realidad cada día hay mucho
trabajo, pero ella comprende el motivo del retraso.
-¿Ella? De quien hablamos exactamente, para saber cómo debo
dirigirme cuando le hable.
-La muerte, le llamamos ella simplemente porque en tu
lenguaje le habéis otorgado ese significado femenino, pero no tiene género.
-Entiendo. ¿Y su trabajo cuál es? Yo creía que tú eras la
muerte.
-Por ahora soy solo un becario, por eso debo ir a buscar las
almas. La muerte decide donde va cada una de ellas.
-Al cielo o al infierno imagino.
-Realmente tales ubicaciones no existen, no como vosotros lo
entendéis. Cada cultura se ha hecho extrañas ideas de lo que sucede cuando os
toca venir aquí, luego se sorprenden.
-Entiendo… bueno, en realidad no mucho, pero será interesante
verlo.
Y ahí esperaron en la cola, a que le tocará el turno.